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Mi experiencia leyendo “El niño" por María Montessori

Por Gabriela González Casanova Azuela

Rousseau dice que el hombre tiende al bien por naturaleza, que es la sociedad quien lo empuja al vicio y lo lleva a actuar con malicia. En mi experiencia, pensar que los hombres tienden al bien a veces parece una tarea imposible. A diario me encuentro envuelta en situaciones de violencia, ya sea porque en esta ciudad todo tiene que hacerse a prisa y no queda tiempo para detenernos a mirar al otro o porque simplemente nos han educado en una sociedad que objetifica y violenta a la mujer como parte de su estructura y deviene en que salir a la calle con una falda a comprar un café a las diez de la mañana se convierta en un acto de valentía. Después de mucho tiempo de haber concluido mi paso por escuelas Montessori durante la infancia, decidí, como resultado de la desesperación de vivir en este mundo violento, que lo único que podía hacer era estudiar para poder educar para la paz. En cuanto comencé a leer el libro de El niño escrito por María Montessori, me di cuenta, por un lado de que a pesar de haber trabajado durante muchos años con niños de diversas edades, había tantas cosas que no sabía y que me hubieran a ayudado en su momento a darme cuenta de mis errores, y por otro de que un mundo mejor sí es posible. Entre las cosas que la fecha me siguen dando vueltas en la cabeza, puedo resaltar la siguiente:

El adulto [...] no ha de ayudarle [al niño) a construirse, pues este trabajo incumbe a la naturaleza; ha de respetar con delicadeza sus manifestaciones, facilitándole los medios necesarios para construirse y que no podría procurarse por sí sólo.

Lo que me impresiona de esta frase es, volviendo tal vez un poco a lo postulado por Rosseau, el hecho de darnos cuenta de que como adultos no tenemos que construir al niño, sino de alguna forma no estorbar en sus procesos y procurar ayudarle. Pienso que conforme vamos creciendo, más y más nos convencemos de que no sólo somos responsables de nuestras acciones, sino también de las de los más pequeños, diciéndole a los niños que nos rodean (primos, sobrinos e incluso aquellos con los que he trabajado) como deben comportarse, qué  deben decir y hasta cuales son las cosas por las que deben interesarse. Nos convertimos de alguna forma en los jueces de todas las acciones de los niños y no sólo los juzgamos sino que además los corregimos, dice María Montessori que el padre y la madre no construyen al hombre, sino que es el niño quien construye al hombre?, que es por medio del "canje entre el embrión espiritual y el ambiente” que “se forma el individuo y se perfecciona”4. La personalidad humana, entonces, se forma por sí sola de forma orgánica. Me maravilla (y podría decir que de alguna forma me alivia) leer que por medio de los períodos sensibles (aunque sea por periodos limitados de tiempo), desde su nacimiento, los niños tienen una guía interna que los lleva a la elección de lo necesario en el ambiente y a ser indiferentes a otras cosas, para poder desarrollarse, me maravilla saber que la naturaleza es así de sabia.

Después de leer este libro una cosa me queda clara: trabajar con niños no sólo es una gran responsabilidad, sino que también es uno de los mayores retos. No se trata de educar para formar personas sino de ayudar a los niños para que ellos mismos puedan desarrollarse y formarse de manera orgánica, y para ello es necesario tener en cuenta que se trata de un proceso con muchas aristas que es necesario conocer y entender lo mejor posible, además de someternos a un constante proceso de autocrítica, para efectivamente ser útiles en la ardua, aunque maravillosa, labor de ser guías Montessori.

María Montessori, “El Niño, el secreto de la infancia”, Ed. Diana, México, 1966, p. 87.

2 Ibid. p. 73 3 Ibid. p. 72 + Ibidem.

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